Fábulas de La Fontaine (trad. Gloria Sarró) by Jean de La Fontaine

Fábulas de La Fontaine (trad. Gloria Sarró) by Jean de La Fontaine

autor:Jean de La Fontaine [La Fontaine, Jean de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Poesía, Didáctico
editor: ePubLibre
publicado: 1664-01-01T00:00:00+00:00


EL GATO, LA COMADREJA Y EL CONEJITO

Un día, aprovechando que el conejito había salido de su madriguera, dejándola libre por una temporada, la señora comadreja penetró en ella y, después de echarle una ojeada, decidió quedarse a vivir en ella, pues le pareció mucho mejor que su actual morada. Así, pues, recogió sus cosas y su mobiliario y se trasladó a su nueva casa, lo cual no presentó ninguna dificultad por encontrarse ausente el dueño de la misma.

Pero ocurrió que, poco tiempo después, el conejito regresó dando por terminadas sus correrías; y ¡cuál no sería su asombro al encontrarse con que su guarida tenía ya un ocupante! Entretanto, la comadreja había apoyado su hocico en la ventana; y habiendo visto que se aproximaba el dueño de la casa se preparó para la discusión que con toda seguridad se avecinaba.

En efecto, no se equivocó en sus suposiciones la usurpadora, pues el conejito, indignado, le increpó diciendo:

—¡Oh dioses hospitalarios! ¿Qué es lo que veo aquí? Señora comadreja: márchate de mi casa sin armar el más mínimo alboroto, o de lo contrario llamaré al pueblo de las ratas para que te saquen a la fuerza.

El animal creía asustar a la audaz ladrona de hogares con estas palabras, pues ya se sabe que las comadrejas y los ratones son enemigos mortales; pero, contra lo que suponía, ésta no pareció dispuesta a abandonar la morada, sino que, con gran atrevimiento, le respondió que, según las leyes de la guerra, la tierra era propiedad del primero que la ocupaba.

—Además —prosiguió el audaz animal—, no hay por qué discutir acerca de una guarida tan estrecha que hay que entrar en ella a rastras; pero, aunque fuera un palacio, me gustaría saber qué ley te ha otorgado el derecho a habitar aquí en lugar de mí.

El conejo, sintiendo crecer su rabia ante la desfachatez de la comadreja, le replicó que por la costumbre y el uso tenía derechos adquiridos sobre aquel lugar.

—Éstos son —añadió— los que me han hecho dueño y señor de este hogar, que antes fue ocupado por mi padre y por mi abuelo, quienes me lo transmitieron igual que se lo habían transmitido a ellos sus antecesores. Es decir, que el primero que habitó este sitio fue un antepasado mío, y por consiguiente me pertenece.

La comadreja, empero, no se dejó convencer por las buenas razones del conejo, hasta que, por fin, se le ocurrió una solución satisfactoria para ambos.

—Está bien —dijo—. No gritemos más y vayamos a consultar el asunto al sabio Raminagrobis.

Este tal Raminagrobis era un gato que vivía como un devoto ermitaño, aislado del resto de los animales. En rigor se trataba de una excelente persona (si puede decirse tal de los gatos) que en su soledad, y gracias a la vida tranquila y reposada que llevaba, había engordado de una manera sorprendente. En cualquier caso, el conejo creyó que Raminagrobis sería un buen árbitro para solucionar la querella, y se mostró de acuerdo con la proposición de la comadreja.

Así, pues, los dos



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